miércoles, 31 de agosto de 2011

LA VUELTA


El verano parece que da sus últimos coletazos cuando se aproxima la apertura de las clases, que cada vez se hace antes. Aquel 15 de septiembre, de comienzo ya está lejos. Y la Consellería de Educación se esfuerza en extender las clases y quitar ciertos “privilegios” que tenían los maestros y profesores de secundaria, que acaban exhaustos de tener que aguantar a sus alumnos cada vez más maleducados (alguien ha dicho, o lo he oído en sueños: deseducados). Algunos tendrán que hacer una reanimación para enfrentarse a partir de mañana con su difícil profesión. Imposible para Freud, que ya veía entonces, aunque entonces la educación era muy diferente, lo imposible de ejercerla por la insuficiencia del resultado (1937).

El 1 de septiembre marca por tanto un salto cualitativo en el verano, anunciando in extremis, su final adelantado. A partir de entonces los exámenes, los libros, las tormentas, etc., marcarán otro paso en el devenir cotidiano.

Desde estas líneas mi apoyo y mi comprensión hacia su trabajo, tan difícil y complicado, que lleva también a la tranquilidad de los padres cuando por fin muchos (aunque no lo reconozcan, por ser políticamente incorrecto), se sientan relevados de su dedicación estival a sus hijos; a veces dedicación exclusiva y exhaustiva (en muchas madres incomprendidas). Por fin respiran, ante la angustia escénica de otros, de poderse librar durante bastantes horas de mantener su atención paterna. Ahora la complicada misión de entretenerlos corresponderá a otros, y encima aprenderán nuevas cosas, nunca las suficientes (según el informe Pisa).

Y los chavales, ¿qué opinan ellos?. Es curioso pero todos comprobarán que conforme se hacen mayores, cada vez les gusta menos la vuelta. Los pequeños si, pero los más mayores ya no. Lógicamente cuando van sintiendo la responsabilidad de dar cuenta de su propio saber, teniendo que mantener un rendimiento. Para ello son evaluados regularmente. Evaluación que antes llamaban continua, pero que se está interpretando como un encadenamiento de exámenes a veces angustioso, como recurso límite para que estudien, ya que si no tienen esta forma de examen, su rendimiento baja y encima se olvidan de lo aprendido. ¿No habría forma de cambiar los exámenes por otra forma de evaluación, sin mantener esta angustia?. Teniendo en cuenta las nuevas técnicas informáticas y de comunicación.

La angustia empieza para todos: estudiantes y profesores, en la vuelta. Y para los padres una vez superada la cuesta de septiembre (libros, uniformes, matrículas, …), vuelve la tranquilidad, perdón, la normalidad.

Normalidad que supone volver al trabajo, pero esto es otra cuestión de la que no hablaré, por lo menos hoy, el síndrome llamado postvacacional, de momento es más agudo para los enseñantes y enseñados. Para ellos puede venirles bien el consuelo del rencuentro que supone la vuelta, con sus compañeros, unos y otros podrán volver al trato cordial cotidiano con éstos, después de haberlos echado de menos, en algún momento de estas largas (cada vez menos) vacaciones estivales.