miércoles, 25 de noviembre de 2015

Reaccionar ante el miedo


Vivimos unos momentos de miedo en la sociedad, desde los últimos atentados yihadistas producidos en París. La reacción en unos países ha sido mayor que en otros. España ha estado vacunada muchos años ante este miedo, acostumbrados desgraciadamente a los atentados de ETA (que han provocado 849 muertos según el gobierno vasco). Después, los atentados de la estación de Atocha en Madrid, del 11 de marzo de 2004, nos volvieron a hacer vulnerables, y blanco de atentados yihadistas (aunque después de la retirada de tropas de Afganistán, no eramos ya objetivo prioritario), pero la sociedad madrileña y española, reaccionó bien, se hizo el duelo necesario y se aumentaron las precauciones, sin esconderse en casa.

Resulta llamativo por tanto que ese trauma social del 11 M, haya curado de una de las mejores formas de las cuales se puede esperar. Después de los atentados de París del 13 de noviembre pasado, no ha sido así por parte de Francia y Bélgica, que ha buscado la venganza como respuesta inmediata, las medidas extremas de seguridad y el patrioterismo (como llamada al Otro paterno en busca de protección). Esto ha propiciado que la sociedad esté en alarma permanente, en una situación de estrés continuo. Cualquier ruido inusual en la calle, desata situaciones de pánico colectivo exageradas. El miedo del otro nos hace que inmediatamente nos pongamos en guardia. Es uno de los miedos ancestrales que perciben los hijos/as para que se pongan en situación de alerta, por eso es fácil reconocer en niños miedosos, madres miedosas (o padres miedosos). Miedo que es más habitual en adultos que han pasado por situaciones traumáticas, que los vuelven a poner en alerta, ante situaciones que pueden suponer amenazadoras.

El miedo por tanto, es una de las formas de contagio social más extendida. La propia percepción, a veces irracional, ante una situación que pensamos que puede producirse, ante una situación que puede ser imaginaria, desata en el otro, inmediatamente, una reacción empática similar de alerta. Si la respuesta llega a un monto que no se puede llegar a controlar, lo que se conoce como situación de pánico, afecta enseguida a todos los que tenemos alrededor, y se puede convertir en una estampida, que suele tener un desenlace terrible (tres chicas muertas en la estampida que se produjo en la fiesta de Halloween de Madrid-Arena hace tres años).

Estas situaciones de miedo sin apenas control, es lo que busca precisamente el terrorismo, alarmar hasta un punto que la sociedad viva en una situación de inestabilidad constante, que se ha buscado a menudo por regímenes que han querido favorecer un golpe de estado, postulándose ellos mismos, como los únicos que podían revertir la situación de terror que habían creado, y llegar a una tranquilidad, a una paz en la que no podía haber libertad excesiva, bajo la escusa de mantener una amenaza externa. Así esta “paz” ha durado en ocasiones más de cuarenta años.

Sabemos por consiguiente, que el miedo se puede manipular, por los que mandan para mantener un status, un régimen inmovilista, como el régimen franquista (ahora que se conmemora el aniversario de su muerte). Pero también por los que están fuera del estado, desde una lucha que pretende ser entre civilizaciones. El terrorismo islámico, ha superado las escalas inferiores hasta el punto de considerarse, como una amenaza que está llevando a una tercera guerra mundial, en palabras de François Hollande (nombre que en su homofonía une a Francia y a Holanda), y creo que también en palabras del papa argentino.

Esta consideración sitúa a esta amenaza con una entidad mayor, hasta ahora no conocida, ya que atenta contra varios países, y en los que se ha pedido que se involucren los países pertenecientes a la OTAN (entre ellos España).

¿Qué supone todo esto para el imaginario del sujeto?, para el “españolito de a pie”, como diría Antonio Machado, la propiciación de un miedo subyacente, que va generando una situación de intranquilidad, de temor, que aprovecharán los diversos partidos de las Españas, ya en campaña electoral, para sus propios intereses.

Pero para la psicología social, esta situación también puede desarrollar el inicio de una inestabilidad, que puede ser muy dañina, ya que puede hacer aumentar progresivamente el miedo y convertirlo en una angustia paralizante, que adherida a los temores de cada sujeto, pueda llevar a la creación de síntomas neuróticos, que ya no se puedan manejar.

¿Qué quiero decir?. Aunque reconozcamos que la situación actual es muy grave, y que además se une a una de las crisis económicas mundiales más importantes, no por ello nos debemos dejar llevar por una angustia desmedida, que convierta nuestras vidas en una situación de temor continua, Que se parezca a una especie de agorafobia, que nos impida salir a la calle, a lugares concurridos por la amenaza continua de atentado, ello no supone adoptar las precauciones elementales, pero si deberíamos llevar una vida lo más “normal” posible, ya que es imposible como reconocen los propios gobernantes, conseguir una seguridad total. Teniendo en cuenta también, que el peligro de que la demanda de más seguridad, puede alterar considerablemente la libertad, que tanto nos ha costado conseguir (a unas generaciones más que a otras).

Llevando una vida cotidiana sin temores excesivos, ya que no se puede prevenir cualquier riesgo, no le haremos el juego a los terroristas, y no elevaremos innecesariamente nuestros niveles de angustia, evitando así la aparición de síntomas.

jueves, 21 de mayo de 2015

Cuándo ir al psicólogo


Afortunadamente ya no se mira mal, o de forma rara, a las personas que deciden ir al psicólogo. Creo que hemos avanzado un poco en este sentido. No obstante en los lugares más pequeños, todavía hoy en día puede ser causa de vergüenza o de incomodo el mencionarlo, por lo que puedan pensar los demás. En este país “el qué dirán” sigue pesando mucho. Todavía algunos pacientes al principio, me agradecen el acceso a mi consulta por un entresuelo discreto y no por el patio principal.

Retomando la pregunta de cuándo tomar la decisión, suele ser necesario formularse otra cuestión fundamental, en un momento temporal anterior: “¿por qué?”. Es decir cuándo se crea el interés por querer saber.

La verdad es que esta pregunta siempre ha movilizado. Mueve a la filosofía y a la ciencia, y produce un avance en el conocimiento. Quiero saber qué pasa, o mejor: quiero saber qué me pasa. Este pequeño giro hacia el conocimiento es lo que mueve a reflexionar, a investigar primero por nosotros mismos, por las causas de nuestro padecimiento. Por qué tengo momentos de angustia, o de ansiedad, que me cuesta mucho controlar; por qué me altero tanto; por qué me afecta esto tanto; por qué reacciono así. Es decir cuando me extraño de algunas conductas que realizo de forma inconsciente, y no las puedo controlar.

Si además estos problemas afectan al lazo social, a las relaciones con mis amistades o incluso en el trabajo, con los otros. Entonces sube un poco más su importancia, y me preocupan más.

Trataremos de evitarlas durante un tiempo, pero cuando se repiten, empezaremos a preguntarnos el por qué, su origen, su génesis. Si la repetición empieza a ser importante, surgirá otra nueva pregunta clave: “¿por qué me vuelve a pasar esto?”. Cuando un problema se repite, empieza a tomar la consideración de síntoma y podemos oír el comentario de algún buen amigo: “esto que te (vuelve a) pasa, ya es sintomático, tendrías que hacértelo mirar”. Y así comprobamos que la repetición conduce al síntoma, a una especie de cristalización de una conducta, que cada vez será más difícil de evitar. Incluso en algunos casos, puede derivar en una fobia.

También puede ser que nuestro proceso de reflexión encuentre alguna respuesta. Por ejemplo: un suceso que nos puede aclarar el suceso traumático, que nos afecta, en un proceso demasiado simple de análisis: “ya sé que no puedo subir en ascensor, porque de pequeño me encerraron en un armario”, pero la psique no funciona así de fácil, hay algo más. Y será ese “algo más” inconsciente que tendremos que analizar para poder curarnos del síntoma. Para ello tendremos que reconocer que la pregunta ¿por qué?, no está contestada en profundidad. La repetición entonces nos podrá conducir a buscar a un sujeto del que suponemos un saber. Un profesional que nos pueda ayudar a encontrar ese por qué, que tendremos que encontrar nosotros mismos, ayudados por el dispositivo que el psicoanalista, pone a nuestra disposición, para encontrar la causa de nuestro malestar.

Conforme nos adentremos en esta análisis del inconsciente, encontraremos la mejoría que se produce al re-encajar de otro modo, las piezas o temas que no entendíamos en su momento y ahora sí lo vemos claro. Como cuando nos cuentan un chiste en el que no encontramos la gracia, hasta que determinado rasgo nos alumbra sobre su significado, y entonces podemos reír, igual que se ríe cuando nos encontramos felices sin problemas.

jueves, 23 de abril de 2015

CONFIAR EN EL PROFESOR


Sucesos como el recientemente acaecido en el Instituto Joan Fuster; que lleva el nombre de un ilustre escritor valenciano, que tuve la suerte de conocer en su domicilio de Sueca, afectan a la confianza depositada en los instructores de nuestros hijos, pensando que cada día hay más peligro e inseguridad en las aulas. Pero lo que es peor, es que ellos mismos pierdan la confianza en su trabajo, en su función como docente.

Cuando se producen sucesos aislados como el que nos ha sobrecogido, se produce un esfuerzo por tratar de asimilar, entender algo del acto, desde la motivación de un niño de 13 años para llegar a ese punto, hasta como prevenir acontecimientos similares en el futuro. Saltan las alarmas y se piensa en la seguridad, máxime en estos temas que afectan a nuestros hijos, y cuya protección desea todo padre. Pero la solución no es limitar al máximo la libertad del otro, como sucedió como reacción inmediata, después del atentado a las torres gemelas de New York, o dotar de medios excepcionales a los institutos, como el que ley ayer en el periódico Información, en la que se pedía dotar a los institutos de más de 400 alumnos, de un psicólogo clínico.

Estamos viendo en lo centros educativos como se está abusando de diagnósticos, etiquetas, que favorecen la psiquiatrización de la escuela. El porcentaje de niños con trastornos alimenticios, TDAH, trastornos de personalidad, síndrome de asperger, adicciones a los videojuegos, al hachís, a los móviles, problemas con las redes sociales, bullying, etc., hacen que los laboratorios farmacológicos se froten las manos, ya que el porcentaje de niños medicados es mayor cada día. Todo esto hace también que las escasas unidades de salud mental infanto-juvenil (USMIs), estén colapsadas, puesto que cuando se ve algo raro la derivación a éstas, es inmediata.

Mis palabras, que vienen precisamente de un psicólogo clínico, no tienen que tomarse como que todo este cambio educativo, es negativo. Es necesario, si se sospecha un trastorno mental, diagnosticarlo y tratarlo, pero también hay que entender la individualidad, las características del niño y ejercer como profesor, ya que todas estas patologías no han surgido ahora, y el profesor antes tenía más confianza en sí mismo y en su entorno académico. Con muchos menos medios podía transmitir un saber y lograr una motivación en los alumnos, que ahora también es difícil, porque el propio profesor también tiene algún problema de motivación, angustiado por todos estos sucesos, y sobre todo por la falta de apoyo de las autoridades educativas y por los padres, que buscan a Otro del saber, en la medicina o la psicología, para eludir muchas veces su responsabilidad como padres.

En estas letras por tanto quiero señalar la necesidad de que los docentes recuperen un poco más de seguridad en sí mismos, para poder ejercer su función (en cierta forma imposible como decía Freud), de enseñar y educar en ciertos valores mínimos, como es el amor al saber. Bastaría esto, si pudieran transmitir este amor al saber, sería más fácil enseñar, o mejor dicho, menos difícil.

martes, 17 de marzo de 2015

LOS PROGENITORES, EDUCADORES PRINCIPALES

(Charla realizada en el Colegio Costablanca de Benidorm el día 16 de marzo)


Mi interés se basa principalmente en resaltar nuestro valor de padres, intentar que esta actividad sirva para mejorar nuestra acción como padres, pero desde nuestro propio saber y reforcemos nuestra función.

Vivimos en una época en la que se ha perdido autoestima, como es frecuente oír. Eso ha pasado con los padres, hemos perdido autoestima y confiamos en otros que nos digan lo que tenemos que hacer. El saber “cómo educar” ha pasado en cierta parte a los profesionales, o a las llamadas redes sociales; a otros a los que se les supone un saber mayor que el nuestro.

Algunas páginas de Internet, los libros de autoayuda, etc. Son muy generales, y se adaptan poco a la situación especial de nuestro caso. Son recetas difíciles de aplicar y que no valen para cada situación, al igual que las pautas que ofrecen, se quedan inútiles, en cuanto varía algo la problemática.

De esta forma muchas veces se titubea, o incluso se delega esta función básica, en la escuela, a la que se le exige que además de enseñarle unos conocimientos a nuestros hijos/as, les proporcione una educación. Quizás podrá ayudarnos en esta labor, pero no podemos delegar esta función que sólo a nosotros nos pertenece. Es más suele ser al revés, al profesor lo valoran los alumnos, según lo valoran los padres. El padre tendrá que valorar el saber que se supone tiene el profesor, para que pueda ejercerlo desde ese lugar. Si ese saber lo cuestionamos, es difícil que dicha transferencia de saber se produzca desde el profesor al alumno, puesto que el alumno/a dudará y cuestionará ese saber. Por tanto la función docente tiene que estar apoyada por la función paterna, como una garantía. Y no al revés, por lógica.

Por otro lado está la intervención de la medicina en la enseñanza, que cada vez es mayor. Me refiero a la pediatría que empieza a tener una deriva más psiquiátrica y a la intervención de las USMIs. ¿Qué quiero decir con esto?. Cuando hay algo que no funciona del todo, en lo que puede ser un problema en el alumno de aprendizaje, se recurre al diagnóstico médico, y lo que podría ser un síntoma de un problema familiar, se convierte en un síndrome orgánico. Vivimos en un momento que hay un gran número de niños/as, que presentan déficit de atención e hiperactividad (TDAH), trastornos de ansiedad, depresión, insomnio, etc... Hay una excesiva deriva psiquiátrica también en la educación, y lo que es peor, hay un exceso de medicación en la infancia. Esto es una acción directa, pienso, de los propios laboratorios farmacéuticos, que han conseguido un nuevo mercado creciente en este sector de la población. Y todo ello tiene un efecto perverso para el niño, ya que un diagnóstico tranquiliza mucho a todos profesores y padres, pero esto no suele resolver el problema, generalmente porque no se profundiza demasiado. Hay momentos en que un chaval puede estar más nervioso (una separación, un problema económico serio en la casa, la muerte de un familiar, etc.), y no por ello tiene que ser hiperactivo, o tener un problema de atención. Queremos que un niño no baje el rendimiento, y si es tan fácil que con una pastilla se puede conseguir, adelante.

Quizás en esta cuestión de la excesiva medicación, no estemos contribuyendo nosotros/as, con los botiquines que hay en nuestras casas, repletos de medicamentos, que están esperando su actuación, por si acaso...

Todo ello conlleva que la vida depende mucho ahora de la medicina, hacemos mucho caso al cuerpo, y cada vez menos se soporta el malestar. Se observan muchos niños con problemas psicosomáticos por esta cuestión, con dolores de cabeza frecuentes (migrañas), trastornos digestivos (síntomas de anorexia o bulimia no desencadenadas), etc.

Todo lo dicho aquí hasta ahora corresponde desde mi punto de vista, a que se ha cuestionado demasiado la función educativa de los padres (y de las escuelas), haciendo que otros discursos, tomen más relevancia, como ha sido el discurso médico y la influencia social.

Creo que los centros educativos suelen estar bastante preparados para resolver los problemas que aparecen día a día, y que a veces los padres nos apresuramos a buscar medidas excesivas. Esto me recuerda cuando los padres nos inmiscuimos en el entrenamiento del equipo donde va nuestro hijo/a, porque pensamos que juega poco o mucho. En este sentido mi propia experiencia en este colegio ha sido positiva, cuando algún pequeño problema que hemos tenido, se ha resuelto en el propio colegio.

Pero a lo que voy, y si que depende más de nosotros es a las funciones paternas. Que equivalen a lo que se llama educar en el basto sentido del término. ¿Pero somos los padres los que tenemos que educar?, podemos hacerlo o es difícil porque ¿estamos perdiendo poder?. ¿Se puede hablar de que existe una crisis de la autoridad? Me gustaría que habláramos todos de estos temas, para ver si podemos hacer algo por mejorar.

Los padres ejercen desde antes de nacer, la labor de educar a los hijos/as

De la familia patriarcal, donde era el padre el que ejercía la autoridad, se ha pasado a que la ley sea marcada por ambos padres. Estos son los encargados de poner límites al goce del niño. Se ha llegado a una especie de coeducación, de acuerdo a una serie de ideales, según la historia personal de cada progenitor y de ciertos patrones culturales.

El funcionamiento básico y elemental de la educación, puede funcionar así:
1º momento: la prohibición hace que el niño no lo haga delante del que se lo prohibe.
2º momento: interioriza la prohibición por miedo a perder el cariño del padre/madre, y se hará vigilar por sí mismo (superyó).

Es por el temor a la pérdida del amor de sus padres, por lo que renuncia al goce. Si a un niño haga lo que haga, recibe el amor de igual manera, se convertirá en ineducable, porque no diferenciará entre lo que está bien y lo que está mal. En la actualidad a veces, se pasa a un funcionamiento inverso: muchos padres consienten demasiado, por temor a la pérdida del amor de sus hijos/as (sobre todo padres separados).

El niño/a no sólo se educa respeto al tener o no tener, también se educa hacia el ser. Debe por tanto, introyectar (hacer propios) unos valores e ideales, y para ello hace falta cierta coerción. Esto es especialmente difícil en una época de crisis de los grandes sistemas de pensamiento, de crisis ética.

Corresponde por tanto a las funciones paternas este cometido o ¿puede hacerlo alguien más?

En mi opinión no, no se puede delegar esta función en otro/a. En esto soy tajante.

¿Pero qué pasa cuando uno de los padres o ambos no están, han fallecido, o han renunciado a dicha función?. La función de padres la ejercerá el padre o madre que viva (legalmente se llama patria potestad). Es una “potestad” que no se puede delegar, a no ser que se renuncie a ella formalmente. Y hay leyes que la protegen, detenta a su vez la autoridad, que permite o no, en base a una lógica, a una razón, que en sistemas educativos democráticos, ha de explicarse.

y esto nos lleva al difícil tema de la autoridad. ¿si estamos perdiendo autoridad, como parece constatarse día a día, qué podemos hacer?.
- ¿recurrir a alguien que nos la devuelva?: médico, psicólogo, profesor...
- ¿tratar de recuperarla por nosotros mismos? Pero esto no es fácil, porque a menudo sabemos menos que nuestros hijos en informática, móviles, música, deportes, drogas, etc... Y es casi imposible ejercerla sin el conocimiento. Por ello habrá que hablar desde un lugar diferente al tecnológico, donde si conozcamos el tema. (este móvil no lo puedo comprar porque vale mucho dinero, aunque sea como un pequeño ordenador...). Siempre que sepamos que significa “vale mucho”, para nuestros hijos, no es lo mismo 200 € para una familia que para otra. Por eso es importante explicar “la autoridad”.

¿De qué autoridad hablamos? - la autoridad moral, de no contradecir lo que decimos con nuestra práctica. (no se entiende que digamos “no te drogues”, si nosotros tomamos pastillas para todo; no compres tonterías, si tenemos la casa llena de cosas sin usar; limpia tu habitación, si la casa está llena de trastos...).

TODO SE ARREGLA HABLANDO...” (Y NUNCA EN CALIENTE)

Si hay comunicación la autoridad pasa a segundo plano

Otra cuestión colateral es la comunicación. Porque tampoco es bueno plantear las cosas en términos de autoridad sólo, esto si por esto, aquello no por aquello.

Es más si hay comunicación suficiente, no suele hacer falta ejercer “la autoridad“. La comunicación hace que circule la palabra, hace que se hablen las cosas, que se discutan, en buen plan, que se pueda argumentar, que pueda existir cierta dialéctica. La comunicación evita el tan temido “pasaje al acto” donde un menor, pasa a actuar lo que quiere, transgrediendo la ley familiar que no tiene clara (llega tarde, no llama, monta en moto..), muchas veces para experimentar qué pasa, es una forma de buscar una reacción de sus padres.

Por tanto si no hay comunicación, cuestión básica y fundamental, se produce el aislamiento, y los síntomas, y esta forma de educación en la comunicación, hay que empezarla desde que el niño/a es. Por eso en la adolescencia, si no se ha cuidado y se ha perdido en gran parte antes, es muy difícil restablecerla.