Mi interés se basa principalmente en resaltar nuestro valor de padres, intentar que esta actividad sirva para mejorar nuestra acción como padres, pero desde nuestro propio saber y reforcemos nuestra función.
Vivimos
en una época en la que se ha perdido autoestima, como es frecuente
oír. Eso ha pasado con los padres, hemos perdido autoestima y
confiamos en otros que nos digan lo que tenemos que hacer. El saber
“cómo educar” ha pasado en cierta parte a los profesionales, o a
las llamadas redes sociales; a otros a los que se les supone un saber
mayor que el nuestro.
Algunas
páginas de Internet, los libros
de autoayuda, etc. Son
muy generales, y se adaptan poco a la situación especial de nuestro
caso. Son recetas difíciles de aplicar y que no valen para cada
situación, al igual que las pautas que ofrecen, se quedan inútiles,
en cuanto varía algo la problemática.
De
esta forma muchas veces se titubea, o incluso se
delega esta función básica, en la escuela,
a la que se le exige que además de enseñarle unos conocimientos a
nuestros hijos/as, les proporcione una educación. Quizás podrá
ayudarnos en esta labor, pero no podemos delegar esta función que
sólo a nosotros nos pertenece. Es más suele ser al revés, al
profesor lo valoran los alumnos, según lo valoran los padres. El
padre tendrá que valorar el saber que se supone tiene el profesor,
para que pueda ejercerlo desde ese lugar. Si ese saber lo
cuestionamos, es difícil que dicha transferencia de saber se
produzca desde el profesor al alumno, puesto que el alumno/a dudará
y cuestionará ese saber. Por tanto la función docente tiene que
estar apoyada por la función paterna, como una garantía. Y no al
revés, por lógica.
Por
otro lado está la
intervención de la medicina en la enseñanza,
que cada vez es mayor. Me refiero a la pediatría que empieza a tener
una deriva más psiquiátrica y a la intervención de las USMIs. ¿Qué
quiero decir con esto?. Cuando hay algo que no funciona del todo, en
lo que puede ser un problema en el alumno de aprendizaje, se recurre
al diagnóstico médico, y lo que podría ser un síntoma de un
problema familiar, se convierte en un síndrome orgánico. Vivimos en
un momento que hay un gran número de niños/as, que presentan
déficit de atención e hiperactividad (TDAH), trastornos de
ansiedad, depresión, insomnio, etc... Hay una excesiva deriva
psiquiátrica también en la educación, y lo que es peor, hay un
exceso de medicación en la infancia. Esto es una acción directa,
pienso, de los propios laboratorios farmacéuticos, que han
conseguido un nuevo mercado creciente en este sector de la población.
Y todo ello tiene un efecto perverso para el niño, ya que un
diagnóstico tranquiliza mucho a todos profesores y padres, pero esto
no suele resolver el problema, generalmente porque no se profundiza
demasiado. Hay momentos en que un chaval puede estar más nervioso
(una separación, un problema económico serio en la casa, la muerte
de un familiar, etc.), y no por ello tiene que ser hiperactivo, o
tener un problema de atención. Queremos que un niño no baje el
rendimiento, y si es tan fácil que con una pastilla se puede
conseguir, adelante.
Quizás
en esta cuestión de la excesiva
medicación, no estemos
contribuyendo nosotros/as, con los botiquines que hay en nuestras
casas, repletos de medicamentos, que están esperando su actuación,
por si acaso...
Todo
ello conlleva que la vida depende mucho ahora de la medicina, hacemos
mucho caso al cuerpo, y cada vez menos se soporta el malestar. Se
observan muchos niños con problemas psicosomáticos por esta
cuestión, con dolores de cabeza frecuentes (migrañas), trastornos
digestivos (síntomas de anorexia o bulimia no desencadenadas), etc.
Todo
lo dicho aquí hasta ahora corresponde desde mi punto de vista, a que
se ha cuestionado demasiado la función educativa de los padres (y de
las escuelas), haciendo que otros discursos, tomen más relevancia,
como ha sido el discurso médico y la influencia social.
Creo
que los centros educativos
suelen estar bastante preparados para resolver los problemas que
aparecen día a día, y que a veces los padres nos apresuramos a
buscar medidas excesivas. Esto me recuerda cuando los padres nos
inmiscuimos en el entrenamiento del equipo donde va nuestro hijo/a,
porque pensamos que juega poco o mucho. En este sentido mi propia
experiencia en este colegio ha sido positiva, cuando algún pequeño
problema que hemos tenido, se ha resuelto en el propio colegio.
Pero
a lo que voy, y si que depende más de nosotros es a las funciones
paternas. Que equivalen a
lo que se llama educar
en
el basto sentido del término. ¿Pero somos los padres los que
tenemos que educar?, podemos hacerlo o es difícil porque ¿estamos
perdiendo poder?. ¿Se puede hablar de que existe una crisis de la
autoridad? Me gustaría que habláramos todos de estos temas, para
ver si podemos hacer algo por mejorar.
Los
padres ejercen desde antes de nacer, la labor de educar a los
hijos/as
De
la familia patriarcal, donde era el padre el que ejercía la
autoridad, se ha pasado a que la ley sea marcada por ambos padres.
Estos son los encargados de poner límites al goce del niño. Se ha
llegado a una especie de coeducación, de acuerdo a una serie de
ideales, según la historia personal de cada progenitor y de ciertos
patrones culturales.
El
funcionamiento básico y elemental de la educación, puede funcionar
así:
1º
momento: la prohibición hace que el niño no lo haga delante del que
se lo prohibe.2º momento: interioriza la prohibición por miedo a perder el cariño del padre/madre, y se hará vigilar por sí mismo (superyó).
Es
por el temor a la pérdida del amor de sus padres, por lo que
renuncia al goce. Si a un niño haga lo que haga, recibe el amor de
igual manera, se convertirá en ineducable, porque no diferenciará
entre lo que está bien y lo que está mal. En la actualidad a veces,
se pasa a un funcionamiento inverso: muchos padres consienten
demasiado, por temor a la
pérdida del amor de sus hijos/as (sobre todo padres separados).
El
niño/a no sólo se educa respeto al tener o no tener, también se
educa hacia el ser. Debe por tanto, introyectar
(hacer propios) unos valores e ideales, y para ello hace falta cierta
coerción. Esto es especialmente difícil en una época de crisis de
los grandes sistemas de pensamiento, de crisis ética.
Corresponde por tanto a las funciones paternas este cometido o ¿puede hacerlo alguien más?
En
mi opinión no, no se puede delegar esta función en otro/a. En esto
soy tajante.
¿Pero
qué pasa cuando uno de los padres o ambos no están, han fallecido,
o han renunciado a dicha función?. La función de padres la ejercerá
el padre o madre que viva (legalmente se llama patria potestad). Es
una “potestad” que no se puede delegar, a no ser que se renuncie
a ella formalmente. Y hay leyes que la protegen, detenta a su vez la
autoridad, que permite o no, en base a una lógica, a una razón, que
en sistemas educativos democráticos, ha de explicarse.
y esto nos lleva al difícil tema de la autoridad. ¿si estamos
perdiendo autoridad, como parece constatarse día a día, qué
podemos hacer?.
- ¿recurrir
a alguien que nos la devuelva?: médico, psicólogo, profesor...- ¿tratar de recuperarla por nosotros mismos? Pero esto no es fácil, porque a menudo sabemos menos que nuestros hijos en informática, móviles, música, deportes, drogas, etc... Y es casi imposible ejercerla sin el conocimiento. Por ello habrá que hablar desde un lugar diferente al tecnológico, donde si conozcamos el tema. (este móvil no lo puedo comprar porque vale mucho dinero, aunque sea como un pequeño ordenador...). Siempre que sepamos que significa “vale mucho”, para nuestros hijos, no es lo mismo 200 € para una familia que para otra. Por eso es importante explicar “la autoridad”.
¿De
qué autoridad hablamos? - la autoridad moral, de no contradecir lo
que decimos con nuestra práctica. (no se entiende que digamos “no
te drogues”, si nosotros tomamos pastillas para todo; no compres
tonterías, si tenemos la casa llena de cosas sin usar; limpia tu
habitación, si la casa está llena de trastos...).
“TODO
SE ARREGLA HABLANDO...” (Y NUNCA EN CALIENTE)
Si
hay comunicación la autoridad pasa a segundo plano
Otra
cuestión colateral es la comunicación. Porque tampoco es bueno
plantear las cosas en términos de autoridad sólo, esto si por esto,
aquello no por aquello.
Es
más si hay comunicación suficiente, no suele hacer falta ejercer
“la autoridad“. La comunicación hace que circule la palabra,
hace que se hablen las cosas, que se discutan, en buen plan, que se
pueda argumentar, que pueda existir cierta dialéctica. La
comunicación evita el tan temido “pasaje
al acto” donde
un menor, pasa a actuar lo que quiere, transgrediendo la ley familiar
que no tiene clara (llega tarde, no llama, monta en moto..), muchas
veces para experimentar qué pasa, es una forma de buscar una
reacción de sus padres.
Por tanto si no hay
comunicación, cuestión básica y fundamental, se produce el
aislamiento, y los síntomas, y esta forma de educación en la
comunicación, hay que empezarla desde que el niño/a es. Por eso en
la adolescencia, si no se ha cuidado y se ha perdido en gran parte
antes, es muy difícil restablecerla.
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