Son casi las
seis de la mañana, una tormenta importante me ha despertado, por fin la lluvia
después de muchos meses de sequía. El olor a tierra mojada evoca recuerdos del
pasado.
Faltaría una
hora para levantarme, para ir al ayuntamiento, como he hecho tantos años atrás.
Me pregunto si de verdad echo de menos el trabajo. Si estoy haciendo un
duelo por esta importante pérdida en mi
vida, que ha supuesto que mis expectativas laborales no se estén cumpliendo en
la recta final de mi carrera profesional.
Ahora, en
estos momentos, sí que echo de menos muchas cosas, creo que sobre todo a las
personas, a mis pacientes los más agradecidos y de los que he recibido más
satisfacciones. A mis compañeros y compañeras, a pesar de que nadie ha movido
un dedo por mi permanencia, ni siquiera he recibido una llamada en estos cuatro
meses y pico, interesándose por cómo me iba. Por eso me pregunto: ¿me echarán
de menos?
Sé que nadie
es insustituible, sobre todo tal como está la psicología en este momento donde cualquier
psicólogo recién acabado se monta una consulta sin tener apenas formación ni experiencia.
Echo de menos un servicio que ha ido a menos, que ahora es menos social, a
pesar de la publicidad hipócrita, de estos años.
Puedo estar
en la fase de la culpa, porque me siento algo responsable de no haber sido
capaz de consolidar un servicio que atienda a las familias, en horario
completo. Aunque sé que había conseguido un prestigio reconocido, en el
exterior, a nivel de Comunidad Valenciana, por los profesionales del sector. Es
verdad que lo que se monta con mucho esfuerzo
durante más de una década, es fácil perderlo en pocos meses. Basta con
recortarlo. Se recortó su horario como si fuera un servicio menor, poco
importante. Ya sé que esta decisión la tomó un alcalde, unilateralmente. Pero me
pregunto si yo no tuve algo de responsabilidad por no demostrar que era un
servicio fundamental, o dependía más de que una persona estaba en contra de
este servicio porque quizás, presuntamente, le recordaba demasiadas cuestiones
familiares, como padre, esposo, etc. Quizás si las hubiera tratado en éste o en
un servicio parecido, le hubiera ido mejor, pero puede ser que vaya demasiado
lejos. No obstante sabemos que el inconsciente nunca se pliega a la represión,
y lo que no queremos ver o aceptar en nuestra vida, aparece en forma de
síntoma. Además los problemas familiares repercuten en toda nuestra vida, y
hacen también que nos apartemos del vínculo social, desarrollando cada vez más
un carácter agrio, soberbio y autoritario.
Me queda por
tanto en el aire el interrogante de si ¿me echará alguien de menos?, porque
quizás necesite algo de reconocimiento, ya que fui apartado de un trabajo sin
explicaciones, que no he encontrado posteriormente, y en el que el silencio de
los que convivieron laboralmente conmigo tanto tiempo, demuestra un trato que
quizás no merezca, que no merezca nadie, y que habla poco en favor de la
condición humana, que a veces se preocupa más por los animales, que por las
personas, aunque también éstos son mucho más fieles.
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