Hitler no consiguió que ardiera
París, cuando sus tropas vencidas tenían que abandonar esa ‘grande’ ciudad que
es un poco de todos los que nos sentimos europeos, gracias a que el general Dietrich von Choltitz no
obedeció la orden y entregó París a las fuerzas aliadas que reconquistaban la
ciudad, con presencia de muchos republicanos españoles (“los de la nueve”).
Esta semana las llamas tampoco acabaron con el emblema del París
histórico: Nuestra Señora, la de todos. Nôtre Dame se ha salvado de nuevo,
aunque parte de ella no ha sobrevivido al fuego.
Lo más curioso es que salvo
algunas vidrieras medievales, la parte que se ha quemado corresponde sobre todo
a la restauración polémica que se hizo en pleno siglo XIX por Viollet-le duc.
Este arquitecto levantó un pesado techo llamado el “bosque” de madera y una
aguja neogótica inventada por él para reinterpretar el arte. También limpió la
isla de casas y dejó una catedral que ya era preciosa en el siglo XIII (se
terminó en 1345) como una maqueta aislada de construcciones alrededor en lo que
sería un nueva forma de restaurar.
Ahora el fuego ha destruido su
obra y se plantea una nueva restauración que llevará mucho tiempo y para la
cual el día después, ya había aportaciones de hasta 600 millones de euros. El
chauvinismo francés dejará de nuevo Nôtre Dame con una imagen espectacular, no
sabemos todavía si será como se concibió en el siglo XIX o antes de su “reinterpretación”.
MI evocación de este monumento
más emblemático de todos los europeos, con el que crecimos, me trae muchas
nostalgias de mi pasado juvenil, desde que estudiábamos la cultura del país
vecino que comprendía su lengua, su música y por supuesto su arquitectura,
aprendiendo cada monumento de la ciudad más bonita del mundo. Después un viaje
de novios, poco antes de las nupcias, situaba ante mi mirada atónita aquellas
bellezas que tanto ansiaba ver.
Entre ellas estaba, como no, la Catedral
de Nuestra Señora de París, de propiedad no eclesiástica, y que nos pertenece
un poco a todos, y que 48 años después, vencía al fuego, manteniéndose firme enclavada
en su pequeña isla, saludando al Sena, atrapando las miradas de todos los que
nos consideramos un poco parisinos.
También recuerdo con nostalgia
mis viajes a París tras un psicoanálisis didáctico, de idas y venidas durante
casi 12 meses, perdiéndome y encontrándome en las rues, y puentes de la ciudad
más bella del mundo.
Espero que nuestros vecinos la
conserven y restauren como se merece, incluyendo o no, la aguja neogótica que
se ha caído, el techo y artesonado y todos los tesoros que han podido salvarse.
Pero esta vez, por favor, tengan más cuidado.
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